miércoles, 18 de junio de 2014

Después de haber actuado como un idiota en esto del amor normalmente queda el corazón bastante maltrecho, hacemos pucheros y algunos nos quedamos en casa abrazando un osito o al vecino del quinto, que hay remedios para todos los gustos.


Como la probabilidad de volver a hacer el tonto es normalmente de un 75%, es mejor tener la siguiente lista a mano para salir del socavón amoroso lo antes posible, que la vida es corta para quedarse llorando demasiado tiempo.


1. Sigue los consejos de tu abuela

Laralaralarito, voy a ver a mi abuelitaaaaaaa



Las abuelas ya tienen un largo rodaje en la vida e, incluso las vestidas de negro de pies a cabeza, con toquilla y pañueleta, sorprenden con consejos que no se corresponden a la educación que recibieron en su época. Para muestra, un botón:


" Nunca corras tras un hombre o un tranvía: siempre viene otro después"
Abuela de mi secretaria dixit


"Ahora que has roto con ese no te irás a quedar en casa encerrada verdad?. Niña, al cuerpo hay que darle alegría, empezando desde ya!
Abuela de mi amiga X. cuando ésta rompió con su novio de larga duracion. De aquí también salió la frase que inspiró el título de la canción de Los del Río "Dale a tu cuerpo alegría Macarena".

Mi amiga, tras cuatro años de relación en los que él no daba muestras de aterrizar desde el país de Nunca Jamás, le preguntó a su novio un día que si había futuro, él no supo qué contestar y ella lo mandó a la mierda, que a los treinta y pico ya no se puede seguir perdiendo el tiempo bailando la sardana eternamente. Ella se tomó el consejo de su abuela al pie de la letra y se lanzó con desenfreno a probar suerte de nuevo. Seguirle la lista de tíos con los que salió ese año hubiera necesitado de una secretaria a tiempo completo. El caso es que la estrategia funcionó de maravilla: en un año y medio ya estaba casada con un chico estupendo y solo le bastó unos meses para saber que ese era el bueno. Si una cosa da la experiencia es rapidez a la hora de tomar una decisión. La abuela, y doy crédito, fue la que más bailó en su boda.

"Menos mal que la niña ha espabilado esta vez, que ya no sabía qué hacer con ella. Ole por su abuela"

sábado, 7 de junio de 2014

Nada mejor para salir de la espiral del amor idiota que lanzarse al ruedo de ligar y de intentar conquistar a la persona que nos ha captado la atención, el ojo y la líbido. Para algunos ligar es como beberse un vaso de agua: no hay nada más natural. Tal vez porque han nacido con esa cara bonita y cuerpo de escándalo (viva la madre que los parió) para alegría del género humano. Para la inmensa mayoría, los de la cara de vinagre por las mañanas de fiestas de guardar y cuerpo escombro, lo de ligar no sólo es un arte abstracto, sino un dolor de cabeza que exige técnica y práctica si queremos conseguir resultados.

Rebuscando en internet, he encontrado en la página web del Comando Pollo, entre sus curiosidades flipantes y descojonantes,  un decálogo de técnicas de ligoteo (y su segunda parte) que merecen ser conocidas por haber sido puestas a prueba innumerables veces por los miembros del Comando Pollo, que en realidad es un grupo de amigos cachondísimos (los "pollos") de procedencia dispar, expertos en la vida nocturna de Madrid.

Comando Pollo

Como ellos mismos confiesan "cada uno de los miembros del Comando Pollo ha depurado su propia técnica para intentar ligar  (importantísima la palabra “intentar”, porque conseguirlo es lo de menos). Por supuesto, hay pollos que copian las técnicas unos de otros, no porque funcionen, sino porque no tienen nada mejor".

Entre las técnicas para ligar destacan algunas curiosísimas de las que, todo hay que decirlo, he sido víctima inconsciente, véase por ejemplo la del sangrado de oreja, la surrealista, la del koala y mi preferida, la del bailoteo. Aquí os dejo un resumen de la lista completa elaborada por el pollo ramimaster

1. El sangrado de oreja

"Consiste en que el pollo seductor corteja a la hembra preferentemente en un ambiente de mucho ruido, como una discoteca, o como una mascletá. El pollo susurrará palabras muy cerca del oído de la muchacha (oh, que bonito…) pero durante mucho rato. Muchísimo rato. (...)  El caso es que tras varias horas de conversación (más bien de monólogo del pollo seductor), a la inocente víctima empezará a chorrearle un finísimo hilo de sangre del oído (de ahí el nombre de la técnica).  La opción que tiene la muchacha para no quedarse sorda es decirle al pollo seductor “Cállate y cómeme la boca”. (...) otra opción es la huida."

2. La técnica estadística

"Si la estadística dice que solo hay un 1% de mujeres interesadas en ligar con un pollo, entonces si entra a 100 mujeres, liga seguro. Y claro, malo será que no haya al menos un 10 o un 15 por ciento de mujeres interesadas.(...) Dejando el hecho de que está muy feo entrar a todas las chicas de un local (concéntrate en una, coño), un pollo se puede cargar la estadística. Para empezar, si las potenciales interesadas se dan cuenta de que el pollo está entrando a todo lo habido y por haber, seguramente pierdan el interés, con lo cual, el porcentaje de interés pasa a ser 0%."

3. La técnica surrealista

"Consiste en mirar a la chica fijamente. Hacer juego de miraditas, de sonrisitas (…) Todo esto estaría muy bien si la chica estuviera SOLA. Lo malo es cuando la chica está en un grupo de amigas. (...) Después de mucho rato del juego de la seducción una de las amigas de la chica se acerca al pollo seductor (momento de tensión) y le dice: “Oye, tú estás mirando mucho a mi amiga, ¿no? ¿Quieres que te la presente?” Síííííííííííííííííííííííííííííííííííí. (...) La amiga vuelve hacia el pollo seductor con una de sus amigas… ¡y no era a la que el pollo estaba mirando! ¡es otra amiga! Oooooooooooooooh! Ha habido una equivocación, la técnica no ha funcionado. Pero, reconozcámoslo, era difícil ajustar la mirada dentro del grupo de chicas".

4. El koala

"La técnica de el koala consiste básicamente en agarrarse como un koala. Sí, así de simple y efectivo. El ligón se agarra a la posible víctima igual que un koala se agarra a un árbol. (...) Esto que a priori parece que no puede funcionar jamás, que lo más que pueda conseguir el ligón es un tortazo; resulta que SÍ funciona. Bueno, a veces. Pero preferentemente con las guiris (extranjeras), ya que esto es una técnica que se utiliza en otros países, y parece que allí están acostumbrados. A España parece que ha llegado a través del turismo."

5. El bailoteo.

(...) "Cuando suena una música pachanguera que invita a bailar con pareja, lo que un pollo bailongo ha de hacer es acercarse a una chica y decirle “¿Bailas?”, o ni tan siquiera. Basta con cogerla de la mano, dedicarle una sonrisa y empezar a bailar. (...) Una vez bailoteada, se puede seguir con distintas técnicas asociadas al baile, como la técnica del Tiranosaurio Rex, o, por qué no, se puede hacer el koala."

6. La técnica acojonante del bebé gigante

(...) "la única vez que la he visto hacer, fue llevada a cabo por un bebé gigante; y además, fue algo acojonante. (...) El bebé gigante del video no conocía de nada a la chica, pero aprovechando la música, se pusieron a bailar. (...) el bebé cogió las manos de la chica, y las movió detrás de su espalda (de ella). Así, el bebé la tenía prácticamente inmovilizada y sin posibilidad de fuga, por lo que le fue mucho más fácil lanzarse sobre ella."

A pesar de tan clara lista de técnicas, el margen de maniobra para entrarle a una chica y tener éxito se reduce a poquísimo tiempo, lo que se llama la “Regla de los dos minutos”, por mantheman:

“Cuando estés en una discoteca o pub y te mole un grupo de pivas, no importará lo que lleves puesto, el lugar que ocupes, los factores ambientales, lo que estés bebiendo, la música que suene o los amigos con los que vayas. Tan solo tienes dos minutos para actuar antes de que irremediablemente el grupo de pivas en las que te hayas fijado se pire de donde esté para no volverlo a ver más. Así que ya sabéis, sacad el cronómetro y no os rezaguéis mucho para ver si ponen la canción esa con la que siempre pilláis, porque el tiempo no perdona."

Me gustaría saber qué os parece todo esto :-)
Seguimos leyéndonos!

martes, 3 de junio de 2014

¡La madre que me parió, qué mala suerte la mía, por Dios! El perro que llega desbocado, la correa que se engancha en la pata de la silla, la silla que golpea la estantería de Ikea que tantos sudores me costó montar, la estantería que se viene abajo, los pedazos de tantos recuerdos que saltan, me atacan, huyen por todo el salón y tienes que ser tú, maldito jarrito de mierda, el que sobrevives. ¡Será capullo el azar! Ahora que había una oportunidad para destruirte y enviarte a la basura donde perteneces va el destino ¡y te concede el indulto! Eso me pasa por dudar, por apreciar el arte, por recordar el mimo con el que buscaste la tierra, el color de las pinturas, los trazos de paisaje bucólico que el horno había de inmortalizar en barro para la posteridad, igual que hizo con tu nombre en el culo del jarrito y en el mío, Alicia Barbosa, mariposa, cuidadosa, pegajosa, mentirosa, alfarera de inservibles, como esto, enana réplica de floreros al que ni una flor le cabe. Quiso el destino que sólo un triste recuerdo sobreviviera a la masacre, para recordarme que hoy soy lo que soy incluso gracias a ti. ¡Qué lecciones nos puede dar la vida a través de un jarrito de mierda!
Desde que tengo uso de razón me he martirizado incansablemente en el amor. Todo empezó cuando por arte de birlibirloque ese curso escolar la maestra me sentó en nuestros pupitres de cuatro, codo con codo, o mejor, dicho, frente con frente, con el más guapo de la clase. Por el día esos ojos iluminaban las matemáticas y por la noche tanta claridad no me dejaba dormir. Poco tardé en caer de mi levitación pueril, cuando noté que esos ojos se dirigían hacia otro rincón de la clase, hacia otra chica tan guapa como él, pizpireta, de carcajada fácil y menos enfrascada en los libros que yo. Pasé que querer llegar a mi pupitre lo más rápido posible a desear que la maestra se golpeara la cabeza y volviera a agitar los asientos de la clase de nuevo, lo que no tardó en suceder, en parte gracias a mis plegarias nocturnas y en parte porque la mujer se dio cuenta de que en las mesas donde había mezclado bocatas de chorizo con nocilla el ambiente estaba enrarecido y los buenos estudiantes dejaban de rendir. Ese día dejó cancha libre y nos fuimos sentando con nuestros afines en ese orden sutil establecido desde los principios de los siglos escolares: los macarras con los macarras y los empollones con los empollones.
Ese fue solamente el primer pinchazo en una carretera llena de socavones. Claro, mis primeros amores fueron los platónicos, sí, esos en los que te imaginas paseando de la mano con el chico en cuestión. Normalmente me enamoraba de un chico durante las vacaciones de verano, fantaseaba con él durante el invierno y el verano siguiente lo descubría bebiendo los vientos por otra. La sensación vivida ante tal descubrimiento era una mezcla de bofetada en la cara, aterrizaje forzoso desde Plutón y test cardiológico anual en condiciones extremas del que, como era de esperar, salía exhausta pero, al final, airosa. “Lo que no mata, engorda” decía mi abuela tan sabia ella. Yo no engordé pero al menos empecé a pasar del amor platónico a albergar esperanzas más fundadas que acababan en verdaderas decepciones.
A principios de la adolescencia conocí al chico que me iba a dar mi primer beso, guapo a rabiar. Recibía palmaditas en la espalda de todas mis amigas. La leche! qué buena pesca!. Pero mi corazoncito aún tierno se atrevió a confesarle que nunca había besado a alguien antes que a él. Ante mi declaración él soltó una carcajada y me preguntó que si era lesbiana. Cuando al día siguiente lo llamé por teléfono para quedar, sus respuestas evasivas y las risas que me llegaban por el auricular de otra persona que estaba con él confirmaron que lo nuestro, bueno, lo mío, hasta ahí había llegado.
Estos tropezones hubieran debido servirme de experiencia para evitar nuevas caídas pero aún me esperaba la más abrupta y dolorosa unos años después. Mi mejor amigo, complementario a mis frases, bromas e intereses, media naranja en mi macedonia o, al menos, eso creía yo, acabó la noche en los brazos de otra amiga común, ni tan alta, ni tan próxima, ni tan contigua, pero más merecedora del lengua a lengua que yo, con quien él, ciertamente, compartía también una lengua común, pero de esas con vocabulario y gramática propios que nos permitía mantener una conversación que se quedaba solamente en palabras incapaces de taladrar su corazón o su líbido. Esa noche no dormí de rabia y al día siguiente el enfado me hizo encerrarme en casa y confesarle mis cuitas a mi hermana, que me resumió la situación con un “chica, lo que te pasa se llama amor idiota: yo por él y él por otra. Espabila” zanjó, llena de sabiduría.
Ahí fue cuando me caí del guindo salvajemente, me salió un chichón histórico en toda la frente, y me puse a reflexionar, lo que no es fácil cuando más te duele un chichón en la cabeza. Al día siguiente salí de mi encierro decidida a ser más racional y a no andarme por ramas de las que después pudiera caerme. Me puse una máscara de cera e intenté mantener el tipo cuando mi amigo se acercó a mí con su sonrisa de siempre, con una broma colgada en los labios a la que esta vez no supe responder con chispa. La verdad es que dar una respuesta de más de tres palabras me dolía tanto que, ante su frustración, tuve que fingir un dolor de cabeza para volverme pronto a casa porque no quería ponerme a llorar delante de él. Necesitaba tiempo para curarme, eso estaba claro, y si de alguna manera quería mantener una amistad que tanto apreciaba tenía que reordenar mis sentimientos cuanto antes mejor.
Ahí estaba yo, arrastrando mi amargura hacia casa cuando, caprichos de la vida, se paró a mi lado un coche de los de las revistas del motor, precisamente el de mi amor idiota número X, un par de veranos atrás. Con su sonrisa pícara se ofreció a llevarme a casa. Recordé a su novia, con la que empezó a salir justo cuando me encontraba en plena fase de enamoramiento con él, no correspondido, evidentemente, aunque reconozco que algún intento de acercamiento hubo por parte de los dos antes de que saliera con ella, que quedó en un chirrido de violín desafinado entre los gustos de chico con dinero y chica de barrio obrero conservador, un desacorde que yo esperaba que se entonara un día. En fin, qué besos, qué manoseos, qué de todo se daban frente a mí, poniendo a prueba la resistencia de mis arterias, con un fuego desatado a la altura del semental hermoso que era él, un fuego que se consumió un año después cuando ella pidió más compromiso, él dijo tararí y ella lo mandó a tomar por culo. No sé lo que le duró el golpe de la ruptura pero no tardó en reemplazarla con una, dos, tres... haciendo estragos en pandillas enteras de amigas, con ese porte, esos modales, esos ojos de lobo.  Me contaba su vida mientras miraba de reojo a las bellezas en vestidos primaverales que cruzaban el paso de cebra. Yo lo observaba atentamente y, si yo era la víctima del amor idiota, él era, a todas luces, la víctima de los amores trompeteros, que cuantas veo, tantas quiero. Y digo víctima porque era evidente que buscaba una novia a la que pudiera respetar, con esas características que te gustaría ver en la futura madre de tus hijos, pero no alcanzaba a atrapar la perfección y al cabo de un tiempo se cruzaba por su camino otra fragancia tan tentadora que lo invitaba a probar suerte de nuevo. "¿Cómo es posible que estemos tú y yo solos?” se preguntó en voz alta y, a pesar de lo mucho que me atraía, el violín sonó desafinado una vez más en mi cabeza.

Es difícil para algunos conseguir el número agraciado en esto del amor, me dije. A veces somos las víctimas pero otras somos los verdugos de las esperanzas de otros. Qué lotería tan cruel para alguien como yo que odia la incertidumbre. Venga, a casita a dormir, a recuperarse de los designios del corazón partido.